
Érase una vez...
Todo el mundo conoce las historias de los hermanos Grimm. Recopilaron cuentos que se habían trasmitido oralmente durante generaciones, no solo en su Alemania natal, si no por todo el continente. El folklore europeo impregnaba sus páginas para el deleite de mayores y pequeños, aunque estos últimos no llegaron a ver las ediciones censuradas por su extrema crudeza.

¿Pero qué hay de cierto en todo ello? ¿Eran simples historias con moraleja para que los niños obedeciesen y se fuesen temprano a dormir, temerosos de la oscuridad?
¿O eran algo más?
Mentiras y más que mentiras... Los hermanos Grimm no eran lo que aparentaban: inofensivos profesores universitarios buscando hacer cátedra con sus fábulas de duendes y hadas. No. Eran cazadores.
En sus múltiples viajes por toda Europa en busca de fábulas que agrandaran su colección de cuentos, descubrieron que las historias que les contaban sobrepasaban la ficción. En su afán de conocer aquellos seres de primera mano, se metieron donde no les llamaban y esto conllevó con la muerte de la esposa de Wilhelm por parte de un strigoi. Después de sufrir esta terrible tragedia, decidieron tomarse la venganza por su propia mano y a partir de entonces decidieron capturar a cada ser que supuestamente acechaba a los aldeanos de los recónditos lugares a los que visitaban.
Su sed de venganza les condujo a no diferenciar las bestias abominables que mataban por placer, de aquellos seres de excepcional belleza que vivían en armonía con la naturaleza y no suponían amenaza ninguna para quien no los importunase en sus territorios. Se volvieron codiciosos de las maravillas que les otorgaban aquellas criaturas, reuniéndolos a todos en un refugio entre las montañas que formaban la Selva Negra, o llamado en alemán, Schwarzwald.
Lo que no predijeron era que tal cantidad de magia reunida en un solo lugar no pasó inadvertida para el mundo sobrenatural, lo que atrajo a todo tipo de seres, algunos con intenciones mucho más siniestras que las que pudiesen tener los famosos hermanos. Aunque reunieron a cazadores para proteger su preciada "colección", los ataques fueron cada vez más seguidos y los bosques ya no eran seguros.

Pero la astucia de los seres de las tinieblas era aún mayor que la de unos simples mortales. El único hijo de Wilhelm, Bob Karl Grimm, se enamoró perdidamente de la hija del herrero que les proporcionó la mágica herramienta que podía mantener a todos los seres capturados bajo control. Lo que no sabían era que la idea de aquellos brazaletes de cobre no había sido ideaba por el anciano hombre, si no de aquella hermosa muchacha de cabellos azabache que encandilaba a Bob con sus labios carnosos y su mirada sugerente.

En realidad, aquella que se hacía llamar Odelia, era una bruja y se había infiltrado en el refugio embrujando a aquel herrero para hacerse pasar por su hija. No tardó en hacer lo mismo con Bob, el cual cayó rendido ante sus encantos. Pero los cazadores se dieron cuenta demasiado tarde. En cuanto descubrieron que ambos, el herrero y el hijo de Wilhelm, llevaban puestos aquellos brazaletes de extraño origen, Odelia había sumido en la oscuridad a todo el valle. Derribó las barreras e hizo que todo tipo de criaturas horripilantes se hiciese paso y arrasara con todo.
El poder de Odelia y de sus aliados aumentaba gracias a aquellos brazaletes: la magia que emanaba de los seres sobrenaturales que portaban estas pulseras era absorbida por la bruja mientras éstos se veían consumidos poco a poco.
Parecía que todo estaba perdido, pero aquel descubrimiento hizo que los apresados fuesen liberados, luchando junto a los cazadores para librarse de aquel mal que suponía su extinción inmediata. Ambos bandos perdieron seres queridos, pero el golpe fatal la terminó dando el joven Grimm. Bob no suponía más que un entretenimiento para Odelia y por ello, lo mantenía a su lado mientras todo se volvía un caos. Un simple mortal, ¿qué podía hacerle a ella?
El embrujo que lo mantenía atado a ella era fuerte, sí. Pero en cuanto apresaron a su padre y tío, la locura atracción que la unía a ella comenzó a resquebrajarse. Momentos de lucidez hicieron que robase una estaca de plata del cuerpo sin vida de un cazador. La guardó consigo, esperando el momento ideal para poder utilizarla si hacía falta. Aunque aquello no fuese más que un producto de la magia, su amor por la bruja era demasiado fuerte para combatir contra él. Desaprovechó muchas oportunidades, hasta que vio con sus propios ojos cómo acuchillaba a Wilhelm ante él. Aquello le abrió por completo los ojos, arriesgándose a perder su propia vida para salvar la de su padre.
Hundió la estaca en el corazón de Odelia, provocando que ésta se desvaneciese en un humo negro que desapareció mientras un grito aterrador inundó la pequeña aldea devastada por los ataques acontecidos allí. Pero fue a un alto coste. La misma daga que había dañado el costado de su padre se encontraba hundida en su pecho.
Los supervivientes se reunieron ante aquella estampa, hasta que un ser fascinante, un pájaro de fuego, se posó sobre el joven muchacho y lloró sobre su herida. Aquella criatura sobrenatural no solo había salvado la vida de Bob, si no que le había otorgado uno de los dones más extraordinarios posibles: la inmortalidad.
De todo aquello hubo buenas y malas noticias: Wilhelm sobrevivió a la puñalada y ambos hermanos y los cazadores crearon una tregua con los seres que los ayudaron a resistir los ataques de Odelia. Pero aquellos brazaletes parecían aún mantener un poder inusual. La bruja, de la que muchos comenzaron a murmurar que era la mismísima Baba Yaga, había encantado aquellos aros de cobre para que ninguno que lo portase pudiese abandonar aquellos recónditos parajes del sur de Alemania.
¿Qué fue de todos ellos? Por desgracia para muchos, se vieron obligados a asentarse en aquellos parajes, convirtiendo la aldea de Grimm Falls en su hogar y llevando una vida "humana" lo más fielmente posible.
